Llegué a mi mesa de solo matutino, situada en una calle céntrica
de la ciudad, allí conviven teatros, antros vespertinos, ahora durmiendo la
resaca, emisoras de radio y mi cafetería con solera y años. Me gusta jugar a
inventarme historias y aquí con lápiz y papel en mano me dedico unos minutos diarios
a divagar y garabatear. Levantando la vista, observo pasar a la gente y me
imagino sus vidas, apuesto si se sentarán a tomar un café con leche y unas
veces acierto y otras no, pero ayer fijé mi mirada en alguien que siempre está
allí a la misma hora, un hombre cualquiera, de edad avanzada, con un gorro de
lana hendido hasta las cejas y siempre acompañado de una caja con banco
incorporado, que incluye betún, cepillos, trapos y un frasco de anilina,
permanecía sentado frente al café del teatro sumergido en sus pensamientos.
Tuve la necesidad imperiosa de ir y sentarme a su lado y
preguntar, saber, en fin, que me contara… casi sin darme cuenta pagué mi
consumición y me acerqué a él. Alzó su mirada – ¿quiere que le limpie las botas
señorita? – me preguntó y me ofreció asiento en su banco todo en uno. Y allí
sentada, no sabía aún cómo, empezó a extender betún sobre ellas. Ahí empezó
todo, una conversación entrañable entre Martín y yo.
- ¿Hace mucho que se dedica a esta profesión? – le pregunté.
– Llevo 50 años, pero entonces eran otros tiempos y yo era uno de los que más
prestigiosa clientela tenía, a Martín le conocía toda la burguesía catalana –
recordaba.
- Empecé a trabajar en las Ramblas cuando sólo era un
chaval, éramos más de 20 sólo en esa calle y trabajábamos en los mejores
restaurantes de la ciudad. Esta profesión desaparecerá, la crisis, el calzado
deportivo y sobre todo porque ahora a la gente le da vergüenza que les vean cómo
les limpian los zapatos. Por mis manos han pasado los zapatos más prestigiosos.
-Desde el suelo habrá visto y oído mucho...
-Muchísimo, pero lo que se escucha, aquí se queda, secreto
de confesión - sonríe.
-Tuve buenísimos clientes, que traían a sus hijos y esos a
los suyos, generación tras generación. Pero hoy sus nietos ya no vienen a que
les limpie los zapatos. Así que yo también seré el último en esta cadena, seguiré
hasta que el cuerpo aguante. Si dejo de limpiar zapatos, duraré dos días. Llevó
cincuenta años trabajando.
-¿Siempre fue limpiabotas? – le pregunté.
-Empecé siendo aprendiz de zapatero, limpiando zapatos y
acabé de limpiabotas, mire empecé cobrando cuarenta céntimos y ahora cobro 4 €,
lo mismo que hace cinco años, ya sabe la crisis.
-El uso masivo de calzado deportivo le habrá perjudicado
mucho.
-Ni se lo puede llegar a imaginar, la gente se los limpia en
casa y la gente joven usa deportivas, cuando empecé, todo el mundo llevaba
zapatos y había limpiabotas en todos los locales, la clientela se ha ido perdiendo.
Pero fíjese que aquí en la emisora de radio tengo varias clientas que me traen
los zapatos para que se los limpie y luego los recogen, el trabajo ha ido
cambiando, eso no les incomoda tanto.
Por delante han pasado una pareja de turistas que nos han
mirado, mejor dicho, me han mirado con cara de sorpresa.
- Ja, Ja, a ellos les extraña, no sufra – se ríe Martín. A
ellos no les puedo limpiar los zapatos viene todo el año con playeras.
- Cuánta psicología Martín – me río.
- Sí, si, por los zapatos se cómo son las personas…
- Martín ¿cuánto le debo?
- Hoy invita la casa, pero debe prometerme que volverá, así
me cuenta que hoy solamente hemos hablado de mi – me guiña un ojo y me sonrojo.
Al llegar al despacho me pongo a buscar y descubro que Martín
Luther King también fue limpiabotas...
Nos volveremos a ver...