NOTAS

Cosecha propia. Andando por ahí, recojo una a una sonrisas que voy encontrando en mi paseo. Algunas llevan un abrazo con lazo zapatero al cuello y me envuelven con historias que se cuelan en mi cerebro y me reconfortan. Sonrisas que llegan de cualquier lugar, incluso en pobres brisas marinas, sonrisas cómplices y muy valiosas. Miro mi bolsillo y está lleno de ellas y las noto, qué gran cosecha, será una buena siembra? O será que tengo los mejores amigos del universo????

viernes, 3 de mayo de 2013

EL EMBRUJO DE LOS COLORES





Anochece en París, la gente corre a esconderse de la opacidad nocturna buscando el resguardo de sus hogares, van achicados, encogidos por el frío, frotándose las manos y acercándoselas a la cara buscando el calor interior del aliento.

Montmartre, cuna de los artistas que surgen de entre los portales buscando componer la melodía más intensa, improvisándole nuevos colores al mundo o escribiendo emocionantes textos en los que reflejar los días y las noches de su tiempo. Es el barrio donde se mezclan beatas y pintarrajeadas prostitutas, si te dejas llevar y callejeas, las ideas campan a sus anchas esperando ser apresadas.

París cada noche se reinventa inmersa en su mejor momento artístico, la realidad de los sueños diurnos encienden las luces de Pigalle a los pies de la colina, siempre a punto de echar a volar con las inmensas aspas del Moulin Rouge con las ilusiones que cobran vidas en forma de cabarets, óperas y teatros…

Empieza a envolver el barrio una densa niebla y al final del callejón se adivina una silueta femenina que corre a la puerta trasera del Moulin, alta y delgada va enfundada en un abrigo de piel falsa hasta los pies. Golpea secamente la puerta y alguien abre desde dentro, la entrada más lúgubre y con menos glamour es la que recibe cada noche a las estrellas, esas que iluminarán más tarde la cara de los espectadores, la ilusión del Moulin Rouge, la ilusión vestida de marabúes rojos, cancanes, plumas de colores y medias de rejilla, la ilusión maquillada de falsas lentejuelas sobre tacones de vértigo. La ilusión disfrazada de prestado acaba de llegar al Moulin Rouge, con la intención de iluminar los corazones y el alma de quien se deje seducir por sus encantos, al otro lado de la puerta donde el mundo cambia de color.

Se oyen risas y cuchicheos sobre un sofá color Burdeos, tres mujeres que estallan en carcajadas y son acalladas por una voz de mando, comentan como ha ido la semana, la que parece mayor se repasa los labios rojo carmín, se despiertan a la segunda voz -¡¡cinco minutos y a escena!! chocan entre ellas y se ayudan con el vestuario, se miran al espejo y empiezan los primeros acordes al piano. Tos, voces y carraspeos, y a escena bajo los estragos de los malos hábitos, la noche pasa factura, afonía, ojeras… el piano sigue sonando.

Ya se oyen algunas voces asiduas al local, el murmullo de la entrada va subiendo de volumen hasta convertirse en la entrada de las estrellas.

Lola sigue en su minúsculo camerino, mal ventilado donde siempre huele a húmedo, ya se ha quitado su roñoso abrigo largo y con dedos ágiles trata de asegurarse el recogido, mientras entrena sus músculos faciales con extrañas muecas frente al espejo. Se enfunda unos largos guantes de raso negro hasta más allá de sus codos. Siempre se había sentido insignificante y ahora desde hace unas semanas se siente importante, sus ojos brillan con luz propia, su cuerpo y sus bailes han cautivado al público, sus delirantes movimientos la han hecho famosa, las fachadas de Montmartre y Pigalle están tapizadas de carteles animando a pasar la velada bajo su embrujo. Pero muy al contrario de lo que ella pensaba esta fama ha provocado que aún se sienta más sola, los celos entre bambalinas son penetrantes y arañan con uñas de esmalte carmesí. Lola ya no es sólo una bailarina del Moulin, ahora es una obra más.   


Una obra más de Lautrec el artista de la “belle Epoque”, el retratista que hace de lo sórdido algo bello y del mundo de la noche su “leit-motive”, el primer cartelista de la historia y que usa lo provocativo para hacer algo distinto. Ahora ella adorna las calles de París y lo es gracias a él, a Toulouse, plasmando sobre un lienzo su esencia y dándole vida.

Como cada noche él está ahí, ese hombre minúsculo, acomodado en la misma silla de siempre, donde poder observar sin ser visto. Él las ha convertido en estrellas de cabaret, son sus bailarinas y cada noche toma notas de sus movimientos y acumula cientos de bocetos y esbozos.

Ahora el piano suena con más fuerza, mientras Lola se abre paso por el centro, los focos reflejan los rasos y las lentejuelas. Sus largas piernas se estiran en movimientos imposibles y sus giros embriagan hasta el aire del local. Algunos la animan y la acompañan con sus voces, la temperatura del local va subiendo inexorablemente, alcohol, música y baile cobran vida y el pintor observa cada detalle, olvidándose por un momento de aquél cuerpo, ese maravilloso cuerpo que hace que la sangre le bombee con fuerza en sus sienes, ese amor que le sale a borbotones por cada poro de su piel. Esta noche quiere acompañar a Lola a casa, sólo con su compañía le vale, después en su estudio le dará unas pinceladas y recuperará el encanto de la noche, o puede que decida beberse el mundo, que cuando la vida no es del color que uno quiere es mejor verla borrosa.

(soñado y escrito a solas, bajo el embrujo de la música.. cuando terminó de sonar el último acorde y dejé de escribir miré mis manos y sonreí al percatarme que estaban enfundadas en unos largos guantes negros..)