NOTAS

Cosecha propia. Andando por ahí, recojo una a una sonrisas que voy encontrando en mi paseo. Algunas llevan un abrazo con lazo zapatero al cuello y me envuelven con historias que se cuelan en mi cerebro y me reconfortan. Sonrisas que llegan de cualquier lugar, incluso en pobres brisas marinas, sonrisas cómplices y muy valiosas. Miro mi bolsillo y está lleno de ellas y las noto, qué gran cosecha, será una buena siembra? O será que tengo los mejores amigos del universo????

jueves, 28 de febrero de 2013

PASEO CON MAMÁ


-¿Quieres que demos un paseo y desayunamos juntas? Hoy aún es pronto y luego ya vamos a ver a tu padre- propone mi madre colocándose sobre sus cansados hombros la chaqueta.

Acepto. Busco en el armario un conjunto ligero y cómodo, el día va a volver a ser largo. Deposito el camisón bajo el cojín de la cama para que aguarde mi llegada por la noche, y salimos a la calle. Ya no hace tanto frío y las terrazas empiezan a estar repletas de gente que beben despacio su primer café con leche. Hay quienes necesitan sentirse rodeados, como nosotras en este momento, andamos en silencio, mi madre lleva pantalones que se mueven monótonos con su andar cansado, en su rostro hay una mezcla de ternura y desolación. Inhalamos la brisa que trae el Tibidabo, hay rostros que encontramos en el camino, algunos nos conocen, otros nos han olvidado. Nos sentamos en una mesa frente al parque y pedimos, mientras oímos los coches circular a nuestra espalda. Aunque ha intentado que no la acompañe en estos días, agradece que haya optado pasarlos con ella, abrazando su soledad, deposita su mano suave en la mía. Acostumbro a decirle a menudo que la quiero, pero ahora no viene a cuento y le dibujo una sonrisa.
Le pregunto sobre el sesenta y nueve, ella concentra la pregunta en un murmuro. Fue el año en que nací yo, aquel instante que cambió todo: su cuerpo, sus proyectos, sus prioridades y pensamientos. Mi hermano y yo, dice, fuimos la plenitud ante el vacío de proyectos que jamás pudo llevar a cabo, ¿Hasta dónde somos capaces de querer a alguien?
Mi madre se convierte en diosa cuando ruego su voz y acaricia mi cabeza. Ahora vuelve a ser mi madre, porque esta acariciando mi corazón con su compañía, no al contrario como ella cree. Somos dos almas que sin hablar sabemos lo que piensa la otra casi antes de empezar, ella es como una hada que escapa de las plumas de mi almohada y me trae estrellas que perdí en sueños.
Mi madre es como una niña que olvidó crecer y proyecta su juventud frente al espejo cuando dan las doce. Es como el corazón de una fruta madura que solo puedes percibir bajo su amurallada fortaleza. Su olor, una fragancia que me ha asaltado en mis noches de insomnio, y que sólo se deja ver entre la mitad de la puerta escondida de su luz. La que ha esperado mi llegada sea la hora que sea y ha advertido mi sufrimiento cuando le esquivaba la mirada. Ella, que ha abierto los cerrojos y siempre olvida cerrarlos, porque una madre siempre está ahí, aunque tu no quieras, discreta y silenciosa.
Cuando digo que la quiero, ella lo repite cinco veces más. Y siempre sabe hacerme conocer los espejos para que yo vea que esconden trampas; porque no siempre sacan defectos. Ella idealiza mi futuro adhiriéndolo al suyo, porque teme que yo me pierda algo, pero sabe que jamás me he ido del todo, hay trocitos de mi que tendrá siempre.
Acaricio su mano y apoyo la cabeza en su hombro, creo que ha llegado ese momento en el que hoy soy una madre para la mía propia. Nos hemos perdonado las batallas, y no hemos dudado nunca en decirnos lo que no nos atrevíamos a formular a otro.
-¿Vamos ya a ver a papá?- pregunto
-Sí, ya debe estar esperándonos – susurra.
La ayudo a ponerse en pie, froto su brazo con la manga de mi jersey. Hoy ha tocado compartir silencio para arroparnos con los recuerdos.