Alto, poeta, culto y bueno
Mi abuelo Ángel fumaba puros,
me gustaba el olor y porque a la que lo encendía me llamaba:
- ¡Ana, mira cómo hago
rosquillas!
Yo soltaba lo que tuviera
entre manos y corría junto a él a alucinar cómo ponía sus grandes labios
formando una gran O y, empequeñeciendo sus ojos, soltaba rosquillas en forma de
aro, que iban saliendo una tras otra, mientras abría más su boca. Me quedaba
embobada, siguiendo con la mirada el trayecto hasta desaparecer junto al techo,
a veces ponía mi pequeño dedo en ellas y se rompían al instante, pero nunca
logré coger ninguna, de desvanecían ante mis ojos.
Me divertía pensar que
aquello era lo que hacían los indios, que mi abuelo era el jefe y de un salto
me sentaba sobre sus rodillas y él me decía:
- Ja, ja, sí, soy el gran jefe
indio y esta es la pipa de la paz…
Hoy al ir a visitarte está tu sillón vacío y sobre él reposa
tu periódico olvidado. Sube un sabor amargo por mi garganta, porque siempre me aguardas
ahí sentado con la crónica del día deseando salir de tus labios. La abuela me ha
dicho que no habéis salido a pasear, que sólo has probado el desayuno, que hoy tus
zapatillas se oyen más que nunca al levantarte de la cama. He recogido el
periódico y he entrado en tu habitación sigilosa. Hoy seré yo quien te lea las
noticias y mañana también. Hasta que vuelvas a sentarte en tu orejero gastado,
a esperarme con noticias de ayer y rimas de mañana.
Sí, lo cuento en presente
porque esta noche he estado de nuevo en tus rodillas…