Porque hacer limpieza general en casa te lleva a descubrir cosillas, escribí esto y hoy es la ocasión perfecta para subirlo.
Tan sólo llegar a la estación ya me dí cuenta, me había
dejado el móvil en casa. Dentro de mi desorden, soy bastante ordenada para
según qué cosas. Ahora que ya he pasado del zapatófono prehistórico, sin
Internet, a la generación del terminal táctil, va y se queda durmiendo en la
nueva funda comprada en los chinos.
En fin, estar durante la mañana desconectada del mundo, que
realmente no es así porque estoy en el despacho frente al ordenador y sentada
junto a una centralita con tropecientas líneas, lo que es aislada no estaba.
Conforme iban pasando las horas me di cuenta que ups, poco a poco, sentía una
liberación…
Pensé en Luís, que vive conectado al iphone, como si el universo
se tuviera que parar si no lo tiene a mano, en Javi, que mira su LG cada minuto
y medio aunque yo le esté contando mis historias, en mis amigas, pendientes
todo el puñetero día de los whatsapps…
Y mientras esperaba el tren de vuelta, pensaba en nuestra
generación, la que hemos crecido dentro de cabinas de teléfono, con fijo y sin móvil
(hablando bajito, bajito antes de que llegaran los inalámbricos, porque la
familia pululaba alrededor con la antena parabólica puesta). ¿Internet?,
¿mails?, mejor lo dejo en señales de humo…
No, no, no quiero parecer doña Rogelia, no, pero si comparo
cuando escribo (que yo aún escribo con lápiz y papel) con Arial, 12 no tiene
comparación…
¡Ay! Entonces me entra esa vena mía y me planteo que incluso
escribir en mi blog es impersonal, algo así como lanzar una botella al mar, con
la misma letra, el mismo color y me paro a mirar mi letra y mis eses son
garabatos parecidos al ocho, mis emes pequeñas montañitas.
Y como mi coco acostumbra a ir de aquella manera, me lleva a
recordar que en casa, entre otras muchas cosas mías que siguen allí llenas de pequeños
recuerdos, aún tengo guardadas varias cajas llenas de cartas, cartas ordenadas
por remitente y además por fechas, cartas con sus sobres y sus sellos, si, si
entonces compraba sellos, con todas sus letras, nada de eso de comerme las
haches para ahorrar tiempo, con puntos y comas. Decenas de folios, algunos
roñosos leídos y releídos, llenos de palabras que en su día eran actualidad y
ahora ya forman un capítulo de mi biografía.
Cartas de amigos, como S. mi amigo belga, en francés, no te
lo pierdas, con frases un poco cursis de un primer amor, de amigas como G. explicándonos
la vida como si no nos viéramos nunca, con pelos y señales, no nos dejábamos
nada, de Juanjo cuando nos enviábamos cartas casi cada día simplemente por
leernos antes de dormir.
Y claro pensé que ya nadie escribe cartas. Cómo me arrepentí
de haber tirado los dos años de cartas de H., estaba tan enfadada esa tarde…
Ahora no saben lo que es esperar el correo, que el buzón esté
vacío otra día más, ni lo que se siente cuando abres el sobre que estabas
esperando hace días, es que haber nacido con Internet de serie… Me gusta pensar
que, en alguna parte, alguien aún conserva alguna carta mía.