NOTAS

Cosecha propia. Andando por ahí, recojo una a una sonrisas que voy encontrando en mi paseo. Algunas llevan un abrazo con lazo zapatero al cuello y me envuelven con historias que se cuelan en mi cerebro y me reconfortan. Sonrisas que llegan de cualquier lugar, incluso en pobres brisas marinas, sonrisas cómplices y muy valiosas. Miro mi bolsillo y está lleno de ellas y las noto, qué gran cosecha, será una buena siembra? O será que tengo los mejores amigos del universo????

miércoles, 18 de septiembre de 2013

ANTON




Como cada tarde la taberna del viejo puerto mantiene ese ambiente enrarecido de caras arrugadas al sol de viejos lobos de mar.

Los asiduos juegan a cartas en la mesa frente a la ventana y Anton, con su eterno caliqueño pegado a los labios, observa ensimismado las cartas, lejano a la partida, mientras se toma su segundo vino. Su mujer y el matasanos de su médico han pretendido que deje sus puritos y los vinos pero él no les ha hecho ni caso:

-Tengo setenta y nueve años -ladra cada vez que le tocan el tema- de algo tendré que morirme. Así que, qué mejor si me voy harto, ¡vamos! Y seguía fumando, bebiendo y comiendo lo que le daba la real, porque a Anton Andrade nadie le decía lo que podía o lo que no podía hacer, faltaría más...

El sonido de un vaso puesto bruscamente sobre la mesa lo saca de su atontamiento, en la mesa sus contrincantes se ríen de algún comentario, mientras Anton pide el tercero de la tarde a Ramón con un intercambio de gestos cordiales, e intenta concentrarse en la partida, que por ciento está perdiendo y que es tan aburrida como siempre, así que vuelve a abstraerse en sus pensamientos.

Porque claro cuanto más viejo se hace uno más se empeña la vida en quitar todo lo bueno: el tabaco, el alcohol y lo más importante le quitaron el mar, su querido mar, porque alguien iluminado decidió que era demasiado viejo para seguir faenando y que lo mejor para todos era que se quedara en tierra ¡viejo! ¡ni hablar! Cuando le dejaron de secano aún estaba fuerte como un roble, podría haber seguido navegando bastantes más años, hasta el último día de su vida si le hubieran dejado. Pero no, así lo habían decidido y lo jubilaron sin poder negarse siquiera.

Ahí estaba Anton, en el puerto, el día que el barco, su barco volvía a salir a la mar sin estar él a bordo. Su despedida del capitán y sus compañeros fue corta por evitar la emoción que iba cada vez a más, con su caliqueño apagado en los labios y la gorra echada hacia delante para intentaba ocultar las lágrimas que lidiaban por salir. Después, observando como se alejaba el pesquero en el que había vivido tantísimo años, se sentó en el amarradero y no impidió que sus lágrimas bajaran por sus mejillas.

El mar había sido su vida y sin él no sabía qué camino seguir. Su punto de referencia había desaparecido, su centro de gravedad…  desde entonces no había sabido encontrar nada que le ayudara a no seguir desmoronándose.

-¡Leches Anton, que te duermes hombre! – le riñe Pepe dando un golpe en la mesa que hace que las cartas salten y el resto se ríen cuando Anton, sobresaltado, da un respingo en la silla. Él también ríe y aprovecha para pedir otro vino, ese vino que el matasanos y su mujer, con la mejor voluntad del mundo, le querían quitar, le había echado un cable a soportar el paso de los años sin navegar, le despintaba la tristeza, se sentía mejor y, sobre todo el motivo real por el que se negaba a beber era que disfrutaba a más no poder cuando había ingerido el número de vinos necesarios para que su andar se volviera oscilante y su cuerpo diera bandazos, de esa manera Anton, durante un rato, podía emular que estaba de vuelta en el barco. En esos instantes Anton se sentía seguro, firme y equilibrado, sólo en esos inestables instantes volvía a encontrar su centro de gravedad.

Anton golpea la mesa con el vaso vacío de vino. Se levanta ya pesado y se acerca a Ramón para abonar lo consumido y quizás con la voz demasiado alta se despide con un:

-¡Hasta más ver compañeros!

Después, con pasos que lo escoran a babor, Anton sale de la taberna soñando que, de nuevo, está en cubierta y con la sonrisa de un niño Anton ha vuelto a navegar.