Pasé una adolescencia, que cualquier padre definiría como conflictiva, bien pronto demostré que no me gustaba ni quería estudiar, empecé a relacionarme con gente que no preguntaba ni cuestionaba mi actitud pasota, chulesca y egoísta.
Hice locuras, locuras que no voy a contar, ahora no me siento orgulloso, no me preguntéis qué he sentido en su momento pero al recordarlas me siento lejano y extraño, como si hablara en tercera persona, como si fuera un simple observador de los acontecimientos y realmente formaba parte de ellos.
Al bajar del coche mi padre me miró unos segundos con cara de preocupación, las arrugas habían hecho mella en él, me sentí un poco culpable de su aspecto, de que hubiera envejecido, incluso de que cumpliera años. A su madurez yo no se lo había puesto nada fácil el alcohol y la coca habían alimentado mi puñetera jilipollez.
Entramos en el centro sin cruzar palabra, en la sala de espera colgaban sendos títulos de los especialistas que iban a tratarme, me temblaban las manos y hacía un rato que mi labio superior había decidido ir a su bola y no dejaba de contraerse y relajarse sin una sola orden mía, Roberto, el Dr. Roberto entró sin bata y le observé detenidamente, llevaba un pantalón de algodón claro y una camisa azul marino, no sabría definir qué edad tendría entonces pero parecía que acababa de salir de la facultad, hoy se que lleva muy bien los años. Alargó su mano y se presentó saludando primero a mi padre, yo permanecí al margen de la escena, a pesar de ser el protagonista principal de la película. Mis marcadas ojeras y mi mirada ahora clavada en la ventana como si fuera lo más interesante del mundo demostró mi auténtico desinterés ante su presencia.
— Carlos... — Me llamó calmado. Le ignoré. — Carlos, mírame he de explicarte algo.
Mi cabeza giró y dirigí mis ojos fijos a un punto indeterminado sobre su cabeza. Su pose demostraba seguridad, no demostraba ni el menor rastro de reparo, la mía era de hastío y desinterés, entonces yo creía que no tenía remedio, mi vida era una auténtica mierda.
— Carlos, vamos a ingresarte, aquí estarás muchísimo mejor y será más fácil tu desintoxicación. La semana pasada te pedí que en unas líneas me escribieses, que te expresaras, que me contaras qué te pasó, le tendí mi mano sin ganas y le entregué un papel arrugado — Lo miró, me miró y suspiró, releyó las líneas antes de volver a levantar la cabeza. — Sé que no va a ser fácil, pero primero has de querer tu, has de querer que yo te ayude.
— Se que no quieres hablar de ello de lo que tú llamas tu vida. — Yo ni siquiera demostré que le escuchaba. — Tienes que creértelo, estando aquí, si tu te esfuerzas conseguirás tener una vida normal, y aquí estamos para ayudarte. El paisaje que se veía por la ventana me tenía hipnotizado, mi padre y él cruzaron la mirada..
— Carlos...
— Yo no puedo curarme. — Ven te acompañaré a tu habitación.
Y entonces, al entrar en la habitación sonreí, ahí noté la liberación de mi padre, de mi vida, de los que hasta la fecha había considerado mis amigos, de mis adicciones… me encogí de hombros y giré en redondo observando mi nuevo espacio vital.
Me acompañaron a un despacho donde me esperaba Roberto, ahora sí bajo una bata blanca, sentado al otro lado de una mesa pulcra y sin demasiados adornos, me invitó a sentarme frente a él, fue entonces cuando sentí como se rompía mi cuerpo en mil pedazos, jodido síndrome de abstinencia, temblaba como una hoja antes de desprenderse de la rama. – Tendrás que aprender a convivir durante un tiempo con esto, intentaré suministrarte algo para que puedas conllevarlo mejor, pero ahora tienes aprender a enfrentarte a tu cuerpo. De un saldo me levanté, de mi garganta salió un alarido, de mis ojos estallaron lágrimas y mis brazos no dejaban de arrasar con todo lo poco que encontraba, Roberto se levantó y apoyando sus manos sobre la mesa mi miró y alzando la voz de entre mis aullidos me provocó.
— ¡Grita! ¡Grita más fuerte! ¿No puedes gritar más?
— ¿Sientes rabia? ¿estás furioso?
— Debes hacerlo más fuerte.¡Vamos, grita! ¿Qué sientes?
— ¡Nada, quiero irme de aquí!
— ¿Sólo eso?
— ¡Debilidad!
— ¿Y qué más?
— ¡Dolor! ¡Impotencia!
— ¡Vamos, que lo puedes hacer mejor! ¿Qué sientes?
— ¡Odio! ¡Voy a explotar! – Me dejé caer sobre la silla, completamente sudado seguía temblando, me había mordido la lengua y la sangre había manchado la camiseta, pasé mi manga por la boca y me limpié. – Necesito que me des algo esto es insoportable
— Mucho mejor ahora. ¿Cómo estás?
— Vacío, despedazado…
— Este es el comienzo...
— Mucho mejor ahora. ¿Cómo estás?
— Vacío, despedazado…
— Este es el comienzo...
Buff!!!, Menudo relato!!!!,Te engancha como los chicles, una historia de hoy en día que te pone la piel de gallina. Muy buen cambio de registro Ana, bueno este el primer gran paso de Carlos y otros muchos más que esperemos podamos seguirle sus pasos gracias a tí Ana. Espero con impaciencia la continuación. Muaks.
ResponderEliminarComo la vida misma, de vez en cuando, como bien dice Carlos eres el protagonista y te gustaría ser actor secundario... Muchas gracias guapa
ResponderEliminarPura realidad Ana, por desgracia!!! Pero como bien dice tu amiga engancha y queremos saber más sobre Carlos.
ResponderEliminarGenial!!!! Me encanta!!!
Montse
Me ponéis las pilas, genial !!!
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